De la cancha al banquillo: las lecciones que un exjugador aplica como entrenador
Hay una frase que siempre escuché cuando era futbolista: “el jugador ve el partido, el entrenador lo lee”. Con los años entendí que no es del todo cierta. Quien pasó por el campo, sobre todo en varias posiciones, lleva un plus: conoce las sensaciones de un delantero que no recibe balones, el desgaste de un lateral que sube y baja sin pausa, o la soledad de un central que queda expuesto en un contragolpe.
Ese conocimiento se convierte en oro cuando uno cambia los guayos por la pizarra. Ser entrenador no es solo dibujar flechas en un tablero, es entender las emociones detrás de cada rol, y eso es algo que un exjugador siente en carne propia.
Cuando dirigí por primera vez, cometí el error típico: quise que mis jugadores jugaran como yo lo hacía. Pero pronto entendí que el fútbol no es un espejo, es un mosaico. El reto está en sacar la mejor versión de cada uno y, sobre todo, en dar confianza al que siente que no encaja en el plan.
Ahí aparece la gran lección de haber sido futbolista: la empatía táctica. Saber cuándo exigir, cuándo callar y cuándo levantar la voz. Un entrenador que no fue jugador puede entender la teoría, pero le costará vivir lo invisible: ese gesto de frustración en un delantero al que no le sale nada o la mirada cansada de un portero que ya atajó más de lo que podía.
Ser exjugador no garantiza ser buen técnico, está claro. Pero quien logra dar ese salto con humildad, con la disposición de aprender otra vez desde cero, puede transformar lo que vivió en el césped en una guía para nuevas generaciones. Al final, la cancha enseña cosas que ningún manual puede explicar.
0 Comentarios